"...tengo una alfombra de jornadas y el tiempo hecho pelusa, de tanto enredarse en esa sensación pegajosa de la nada."
Comentario poemado de Noviembre 2008, escrito por J. de la Vega Z+-----[Poemas bajo tu balcón]


Aquí esgrime el Zorro+-----[SoneZtosII]+[PoetiZandoFeisbuk]+[LaSima de los Vuersos]+[DiarioÐLolita]+[Balcones]+[ZVisión+-]+[MemoriasLiteratura]+[Ilusiones]

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Segundo folio - Capítulo LXXV Donde se cuenta de cosas sucedidas y acontecidas en el famoso y nunca visto entierro de don Quijote.

Dice mi vecina mora, que en el margen siniestro del segundo folio se puede leer una nota caligráfica diferente, que se refiere al capítulo, y parece ser firmada por la pluma del verdadero autor Cide Hamete Benengeli, y que explica, que “siendo como es, la causa el motivo del efecto de lo que acontece, a veces, como en este extraordinario capítulo, nunca antes imaginado, quiso Alá que fuese el efecto causa nuevamente.”

Le pregunté intrigado a mi poderosa morita, mirando sus rosados labios, como podía saber ella, que aquella escritura correspondía a tan enigmático personaje, y me explicó que al final de cada nota, firmaba con su nombre, encabezando la rubrica con el sobrenombre “el verdadero”, de este modo: سيد همت ينينجالي Shyh

Lo extraño era que su nombre propio se lee transcrito al árabe y “el verdadero” a grafía latina del árabe, todo eso me aclaraba mi vecina, y más cosas que demostrarían su talento y dominio paleográfico, en sus particularidades, estilos, abreviaturas, como su capacidad para descifrar anagramas, lipogramas, nexogramas o ideogramas..., en cuanta variedad conocida de textos bibliográficos, procesales o epigráficos, aunque su dominio por mí, se establecía cuando de su boca el aire respiraba y al inhalar su pecho hinchaba y yo veía.
¡Cuánto goce, en el segundo folio de éxtasis colmado! pues en alargada folia, ella y yo contentos y agotados.

Así que considerando la nada clara aclaración de Cide Hamete, la historia continúa de este modo:

Llegáronse al camino el cura y sus amigos, acompañados por una nutrida comitiva de la aldea, encabezada por zagalones y zagalas, que siendo la curiosidad tan fuerte o más que el miedo, y por demás complementarias, serían ellos los primeros amedrentados, ya que lo descrito por Sanchica era una estampa que en la Mancha nunca vieron.

Curtido estaba Sancho de representaciones dantescas, y presenció
con los Duques más de las que su gusto recordar quisiera, sin embargo, admirose sobremanera de lo que encontraron al paso, y mucho más lo hicieron el resto de aldeanos, que ya murmuraban entre dientes: ¿brujería o milagro?; qué en esos misterios de lo extraordinario, la línea es fina y solo el juez humano la traza o la entreteje.

Intentaba el señor cura, buscar razonable explicación al centenar de negros de gran
tamaño y desnudos de torso, que distribuidos en dos filas paralelas bordeaban el camino del arroyo, cada uno con un hacha encendida de considerable llama.
En el centro, doncellas africanas, con enaguas bordadas o pieles que cubrían hasta la rodilla o menos, pies descalzos e igualmente torso, dejando así los pechos a la vista de ojo, que aunque fuesen de color del ébano, igual provocasen evitar la mirada que buscarla, porque parecían clásicas venus griegas, pero en obsidiana, en su gran esplendor y tersura puntiaguda,
además, lucían en sus cuellos y extremidades, ricos abalorios nunca vistos, de tal colorido y detalle, que fuesen sin considerar su exotismo, propios de la corte de la Reina Médici de Francia.

Más asombro causaba el ver a cuatro africanos que portaban al hombro, un trono de maderas nobles ricamente talladas, y sentada sobre él, una dama que
por ceñir corona en forma de cimborrio, confeccionada de oros, rubíes y plumas, su reina se intuía; y era ella, blanca y rubia que deslumbraba, aunque se notaba bronceada en la piel expuesta, que no fuese poca, ni con ello propio de castellana pudorosa; pero su alunado desnudo estaba tan suntuosamente decorado con pinturas, filigranas y joyas, que a pesar de haber visto algún lienzo en palacios, de diosa o ninfa, retratadas por los clásicos, nunca imaginó tanta voluptuosidad ni hermosura en hembra humana, y era por ser carne, que no óleo, el marco más grandioso y admirable.

Terminaba la comitiva principal con una banda de músicos que con tambores, grandes y pequeños, conchas, calabazas que soplaban, tañían, sonaban o golpeaban, marcaban al unísono un ritmo inquietante y compulsivo, azuzando el paso rápido del cortejo con algarabía que era también acompañada con bailes y cantos bien entonados a varias voces todas ininteligibles, puesto que solo cantaban en cristiano, cuando recitaban la lira memorizada por la hija de Sancho.

A una distancia de cien pasos o más, eran seguidos por otra más grande compuesta de carros, caballerías y avituallamiento, donde algún caballero y dama europeos se veía, otros moros y moras, y el resto africanos negros todos, pero más de uno y una vestidos con galas y trajes de cristianos.

Arrastraban, bueyes y mulos, grandes jaulas, con exóticos animales y fieras salvajes, que llenaban los aires a destiempo con gritos, rugidos y bramidos pavorizantes.

Sancho tembloroso en sus carnes y dos pasos por detrás del bachiller Sansón Carrasco, murmuraba o tiritaba, que no era clara diferencia para los que le escucharan, -Ay mi Señor Don Quijote, que priesas se dio en abandonar este valle de lágrimas, que más me pagó con su presencia que con sus reales y así me acostumbré a su templanza y vigilias, que fue todo en beneficio del sueño mío, y ahora ya solo sin su brazo, mucho desvelo y temor de Dios me acompañan.

Pero de la compungida murmuración pasó al grito, con tanto salto, presteza y alegría, que parecía que había visto a su mismísimo amo cabalgar de nuevo.

- ¡Vivan los santos del cielo y de la tierra y la diosa fortuna! ¡qué es mi Señora la princesa micomicona!, y que me salten un ojo o los dos, si me falla la vista, que solo la poca ropa que lleva la oculta, y la descubren sonrisa y fermosura mayores que el recuerdo arado en mi memoria, y así nos la regresa el cielo portada en parihuelas por ángeles negros y a sus pies vírgenes morenas y verdes como olivas.

Fijose en los tobillos y pies, el señor cura y miró al bachiller, que se ruborizó de seguido, y dirigiéndose el cura con paso decidido al cortejo, se silenciaron e inmovilizaron todos y se le cruzaron enfrente dos altos negros, al verlo llegar al trono de la elevada Dama.
Pensó el cura el tratamiento a usar, y concluyó que no sería propio llamarla Dorotea con semejante séquito, y que mejor sería usar como Sancho la recordaba, el gentilicio de su inventado reino de África.

- Bienvenida a nuestra aldea que es suya, gran señora y princesa Micomicona, que no teníamos noticia de su llegada, para recibirla con los honores que su alteza merece, y aunque anunciada fuera, mal día sería para la fiesta de su regreso, por ser hoy una tarde de gran luto en nuestras casas y corazones, ya que el honorable caballero andante y amigo nuestro, y que libró su reino, de feroz gigante, está siendo velado en su lecho de muerte, a espera sólo de cristiana sepultura.

Uno de los negros que le franqueaban el paso, a un brazo de distancia y diez cabezas de altura, habló en perfecto castellano pero con extraño acento.

- Mi señor cura, llámanla princesa Micomicona en estas tierras manchegas y sus textos de caballerías, pero sepa que se dirige a la princesa del Manicongo, según se refiere dicho reino tanto a los reyes y dirigentes, como a nuestra nación, así conocida por extranjeros, navegantes y embajadores del reino de Portugal, las Españas, Europa y Asia, e igualmente ha de saber vuestra excelencia que nuestra Señora es la actual princesa de Matamba, Kongo, Loango, Cacongo, Ngoye, Ndongo, Angola y otros, aunque se le rinde pleitesía con muchos y variados nombres, como son el de princesa Nzinga de Mdongo y Matamba, de apellido y estirpe Mbande, también conocida como Jinga, Singa, Zhinga, Ginga, Njinga, Njingha, Ngola Nzinga, Zinga Zingua, Nxingha, Mbande Nzinga, Mwene Njinga Mbande, bautizada católica y romana como Doña Anna de Sousa, siendo en orden sucesoria nuestra futura reina kikongo, Reina de Andongo, Angola y Congo y embajadora para ustedes de Luanda.

- Mi Señora Micomicona, admírome como hablan sus esclavos, que jamás he oído cosa tan de corrido, siendo tan difíciles vocablos y nunca oí desparpajo igual ni en licenciados de Salamanca, pero, con tantos nombres dígame su alteza ¿cómo llamarla?, que no quiera inventar el de Dorotea para sumarle.

Tomó el otro gran negro monicongo la palabra diciendo - hasta su aldea señor cura solo pasamos por la Pontificia Universidad de Osuna, que además de puerto, es mar de sabiduría, y así tuvimos gusto en conocer a su excelentísimo señor Rector Magnífico, Don Pedro de Ojeda, descendiente de Don Alonso de Ojeda nominador de Venezuela, descubridor del Maracaibo y Gobernador de Nueva Andalucía, aquel hidalgo y conquistador singular, salvado por Juan de la Cosa y criticado por De las Casas; y en esa famosa Universitas compuse este soneto en hexámetro castellano, para mejor ilustrar, mientras platicaba con los profesores de Derecho y Teología, la injusta y tremenda toma por la fuerza de lo ajeno, que si fuese llamada Dorotea o Kongo, pasó a ser Dorada y Fea, cuando confiada era ultrajada en la palabra desleal de cristianos caballeros.

Gustan los blancos creerse en el centro de un mundo cerrado
pálidas pieles que queman buscando caminos y mares
grandes naufragios con vidas sufridas temor y pesares
roban esclavos y tierras que cambian en libre mercado.

Usan de fuego en sus hierros disparan al hombre asustado

violan mujeres e igual que a unos perros nos atan collares
queman aldeas y embarcan en naves en Congo a millares
hago soneto denuncia pues llanto en cuarteto es sobrado.

Libres servimos a nuestra princesa y honramos quijotes
nadie nos pida cargar a los hombros cadenas ni palos

sabia poesía inspirada separa a salvajes de zotes

nunca verán en el juicio final el color de los malos
solo serán por sus actos medidos y no por sus dotes
digna justicia que en vida Quijote sembró con regalos.

Quedose sin sermón el cura y trastornado, pues no era capaz de asimilar, entre tanto pie dáctilo y espondeo, las historias referidas, por inesperadas y tremendas.

Al verle en ese estado, añadió la princesa con su siempre bienvenida discreción y gusto en la mesura - La verdad es, mi señor cura, que libero esclavos y no los
hago, y que los integrantes de mi séquito, no son siervos sino artesanos de las artes y excelsos poetas amantes de la metáfora y el circunloquio exquisito, pero siéntase servido que le servirán en lo que guste y todos libremente, pues para eso vinieron, y llámeme Doña Ana, mi señor - siguió añadiendo Dorotea desde su trono, - y no se espante, mi querido valedor de doncellas perdidas, que en igual camino del arroyo hoy me encuentra, y no por extraordinario, deja de tener todo explicación y muy verdadera, igual que la tiene mi llegada en la tarde de hoy, para honrar la muerte de mi héroe Don Quijote, y así antes del entierro tendré tiempo de dar segura respuesta a las preguntas que se hace, pero ahora no veo la hora de velar el cuerpo de mi caballero andante y llorarle como merece, tan pronto como de su mano usted me lleve ante su lecho.

Diciendo eso, bajaron de los hombros que lo portaban el trono y descendió Doña Anna de Sousa, la Manikonga, princesa de Matamba, antes Micomicona y al nacer llamada Dorotea la hermosa.

- Mi Señora princesa Doña Ana, tome mi mano, vayamos presto, en compañía de su viejos amigos y servidores todos, que tiempo es de regresar a la aldea y seguir la plática más tarde, que en verdad debe ser de admirar y afortunada su nueva vida e historia.

Y así se reunieron, Dorotea, el cura, Sancho, el bachiller y el barbero, esperaron por indicación de la princesa a una dama también vieja conocida que resultó ser la mora cristiana Zoraida, y que apareciendo veloz desde las sombras con unos vestidos y hatos, reverenció a los presentes y tomó la mano de su amiga y de este modo marcharían todos juntos a la casa de Don Quijote.

Habló en el paseo hasta el velatorio, con mucha vehemencia Sancho, del júbilo que le causaba la presencia de su Señora, y pidió disculpas sentidas a la princesa Micomicona, por si alguna vez dudó de su categoría, que por ser él tan porro, según le explicó su llorado amo, maestro de su intelecto y látigo de su ignorancia, recordaba en otro modo que le dijo, que solo los muy necios como él, no saben diferenciar un sapo de un buey, un cornado de un macho, una bestia de un mulo, ni una acémila de su vecino, que así le gritaba su vecina a su vecino entre gritos y golpes.

A lo que respondía la princesa, comedida en la sonrisa por evitar romper el duelo de tristeza, que razón tenía en no diferenciar sapos y otras bestias de hombres, pues sabido era, que hay reyes que salen ranas y sapos que se transforman en los labios que los besan, como lo hace a color morado, los ojos que son tratados con dureza.

Entrando en la casa del hidalgo, Zoraida y Dorotea, ahora la princesa Ana, se dirigieron a un aposento para ataviarse del luto requerido y velar al muerto.
Ni que decir tiene que causaron gran impacto al llegarse al cuarto del difunto, con admiración de las plañideras y vecinos, porque el hábito no evita que sea reconocida la belleza y la imponencia.

Ofrecieron con cortesía y ademanes de grandes señoras el pésame a la sobrina, que también a su ama, y viéndose ésta, tan reconocida, lloraba con más fuerza si cabía, aunque sin encontrar lágrimas porque no le salían.

Al acercarse al lecho de Don Quijote, lamentaron que solo llevaba la camisa de cama, y preguntaron al ama y pariente, si le habían lavado y pensado en mortaja para su señor y tío, pero al ser la respuesta negativa, fue a preguntar Doña Ana al cura por el hábito de hermandad a usar para su amigo, y así fue a solas y en detalle informada de las dudas al interpretar el testamento antes de su llegada.

Tomó la iniciativa Dorotea y mando pedir agua y paños para asearle y después adecentarle en la noche de vigilia con una saya bordada en blanco y oro, sería en la mañana amortajado con honores y armadura quijotesca antes de meterle en ataúd abierto, y llevado a la parroquia para misa, que cuando cerrado, acompañado al cementerio para enterrarle bajo una gran y señorial lápida y cruz, que ya estaban labrando sus maestros escultores monicongos.

Asintieron los albaceas y amigos, además de Sancho, que observaba admirado del poder de su señora la princesa Micomicona, a quien cada vez que podía, le besaba las manos.

Quedáronse a solas en la habitación del difundo, Dorotea, Zoraida y ama, despojando entre las tres al muerto de camisa, y en haciendo eso, observaron a la luz de las velas solo huesos y pellejos en la triste figura del cadáver del Quijote, que de tan seco, una momia incorruptible pareciera, ya que ni olores ni malos humores de su cuerpo percibían, tanto, que podía decirse sin confusiones que olían más los vecinos y los vivos que esa tarde aparecían.

En el proceso de aseo de su amo, el ama tuvo que salir al sentirse indispuesta y perturbada, pues lo que creía pierna no lo era, y fuese al contrario admiración de cualquier dama si en la noche de bodas la cogiera.

- Salga Ama, a tomar el aire, y descanse un poco - la excusó la princesa, que en diálogo de ojos con Zoraida, entendieron el caso - Válgame el cielo que nos asista- Dijo Dorotea a su amiga- que bien justo es hacer hijo adoptivo a Don Quijote de mi reino africano, pues muestra méritos sobrados para ello, y desdichada fuese Dulcinea que se perdió su enorme y dulce encanto - finalmente suspirando añadió- platónicos amores pero también irónicos por castos y por ciegos.

- Mire atenta la cosa, mi Señora Ana - replicó Zoraida con experiencia mahometana- que siendo pellejos nuestro Don Quijote, le faltan todos donde el gusano crece alado o la oruga mariposa.

Abrió ojos de gran asombro la princesa Ana y terminó cerrándolos con unos versillos:

Mariposa emperador, que no polilla,
robáronle aquella seda que la oculta,
y si nadie la observase en larga vida,
seamos ambas discretas como tumbas,
llegadas a tal sensible punto o punta.

Así que, ayúdeme amiga y pongámosle calzones y luego saya, que será ejemplo de cristiano en la mañana y el mejor católico y caballero andante de la Mancha pues fue tallado en ella.


Una vez lavado y bien dispuesto para las siguientes horas, dieron paso a los que esperaban fuera de la estancia y llegaron todos los vecinos que faltaban y de otras aldeas y pueblos, que solo el señor cura conocía, y así terminaban de ofrecer condolencias a la sobrina, también se inclinaban ante la princesa, para después de exaltar las bondades de Alonso de Quijano el bueno, marcharse de la hacienda con la tripa llena.

Seguían los rezos y pláticas en velatorio al fresco, sentados en sillas y bancos que trujeron a la plaza, que mucho se habló de todo y con denuedo, aumentando en el tiempo más la plática que el rezo, porque no pararon de llegar de todos los caminos, forasteros y grupos de personas principales que habían sabido de un rico entierro, pero también para la ignorancia de tantos, de la muerte de un andante caballero, llamado Don Quijote de la Mancha, que resultó ser su Quijano el bueno.

Muchos comían, nadie dormía, pues era todo estruendo en las calles de la aldea, ya que sumose a los cánticos tradicionales y músicas aldeanas de vigilia, el tañir
periódico del campanario, que con la llegada del séquito principesco, era un acabar de unos el empezar de otros y cada media nueva hora, nuevos campanazos y tamboriladas.

Los negros monicongos hicieron fila de hachas y cirios que no dejaron de arder en toda la noche, manteniéndose rígidos como estatuas verdaderas, y así alumbraron desde la casa de Don Quijote al cementerio; y tal admiración causaba el verlos, que iban y venían grupos de paseo que repetían el camino observando a los africanos, y en acabando ese periplo se andaban al campamento de las fieras, a distancia prudente, para oírlas y verlas comer cabritos vivos, como las costumbres prodigiosas de aquellas gentes en la noche frente a los fuegos.

En sabiendo de este entierro de primera, la parroquias vecinas, llegaron con todo su clero y también los conventos regulares de la zona, pues daban por cierto que la rica princesa de las áfricas, pagaría con gusto los aranceles establecidos en 60 ducados por entierro y añadiría ricas dádivas por las misas añadidas, gastos de cera, acompañamiento y doble.

continúa en el folio tercero.

J. de la Vega Z+






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13 esgrimieron la palabra +-----:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Voy pensando que su morita es el verdadero Cide Hamete.
Gracias por el cargo, que espero ejercer con prudencia. Osuna, por otra parte, no me parece mal destino.
Qué regalo nos está haciendo, querido amigo.

Teresa dijo...

Destila su folio densidad y estilos cervantinos.

Este pergaminoy su antesala hablan de tantas razones enjutas y enlatadas que debo valorarlo nuevamente como se merece pero se arremolinaron los siguientes aunque no certeros pensamientos:

-La invasión y espolio de nuestras huestes en América.
-Big Fish
-El castrati Don Quijote (lo siento a pesar de su intención, su empatía con el género masculino y buena letra, sigue castrati, Señor Mío)

Si Usted quisiera escribir de corrido (con su mora) una novelita...

Si se lo tomara en serio...

Señor De la Vega dijo...

[Pedro Ojeda Escudero] Mi Señor Don Pedro,
Créame que dudé entre la veracidad histórica del texto original de Cide Hamete, que mencionaba en ese párrafo a Don Pedro de Ojeda, un padre jesuita Catedrático de escritura y escritor andaluz conocido por su obra: “Información en defensa de la limpia concepción de la Madre de Dios” (1616).

Pero una vez traducido por la vecina mora, pensé que eso, aún siendo cierto era rebuscado y nadie lo creería, y prefiero una limpia mentira que una sucia verdad, y si alguien merece un reconocimiento en este capítulo, ese es Usted, por su pulcra labor en la lectura del Quijote de la Acequia, y que por ello, lo mínimo sería ofrecerle rectoría, algo que con su mano izquierda, buenas artes, diplomacia y trabajo incansable, sería nombramiento acertado para cualquier Universidad de la Españas.

Además, soy el narrador del narrador de lo narrado en este último capítulo 75, y el poder pontificio de la edición me acompaña.
Suyo, Z+-----

Señor De la Vega dijo...

[BIPOLAR] Mi D-estilada Señora,
Gracias por su tiempo, porque serían semanas si buscase razones entre lo que parece.

Ya me bebería yo su grappa si pudiera, para verme como usted me ve: triple o doble. Pero no confunda sus deseos y potenciales con los míos.

Es imposible por mi parte tomármelo más enserio de lo que me lo tomo, ni ser más serio de lo que soy, porque otra cosa provocaría, no ser yo mismo.

Mi escritura es una letra.
Suyo, Z+-----

Anónimo dijo...

Buenas noches, Señor De la Vega:

Permítame decirle que este segundo folio es una maravilla.
Me ha gustado la prosa toda; y dáctilos y pies, del culto negro monicongo:
'...sabia poesía inspirada separa a salvajes de zotes'...
Y los versillos de la -con motivo y razón- asombrada princesa Ana, y ciertamente ‘con su siempre bienvenida discreción y gusto en la mesura’.
Qué bonito: 'La princesa comedida en la sonrisa por evitar romper el duelo de tristeza'
Y qué bien descritas las miradas cómplices entre la princesa Doña Ana y Zoraida, ante el azoramiento del Ama, -que comprendemos y excusamos-.
Y el velatorio , y todo.
Esperamos el folio 3. Saludos. Gelu

Señor De la Vega dijo...

[Anónimo] Mi Señora Gelu,
Eran muy agudos esos monicongos de la comitiva principesca, para mi gusto demasiado a la defensiva, pero seguro que les sobraban razones para serlo.

Por otro lado, a principios del Siglo XVII se han creado ya abundantes prejuicios hacia los negros, prejuicios escasos culturalmente en el siglo XV y principios del XVI, cuando no se consideraba la esclavitud como un negocio habitual de los cristianos; era en sus inicios el trato entre el manikongo y el rey portugués Manuel I de igual a igual.
El cura, a pesar de su ejemplaridad y buen juicio, no puede evitar cuando se acerca, menospreciarlos.

Respecto a la princesa, ahora Doña Anna de Sousa y siempre Dorotea, tiene un Don, uno que me fascina, y es su discreción maravillosa, oportuna, que unida a su necesidad de vivir la vida, la convierte en la mujer que hace futuro, viviendo su presente, para nunca dejar de estar más allá de su tiempo de un modo inteligente.

Y no creo que la inventara Cervantes, sino que la tomó prestada de la realidad, porque la reconoció con su buen ojo narrativo, hay muchas, en cada escalera de nuestras casas.

Me alegro, que gustase del folio todo,
Saludos y Suyo, Z+-----

Manuel de la Rosa -tuccitano- dijo...

Mi señor de la Vega, aún a sabiendas de estropear la ruedecilla del ratón, le felicito por su articulín...que no tiene desperdicio...sepa usted que parece que se le añoró por tierras burgalesas...yo por desgracia no pude asistir (no me lo perdonaré jamás)...pero dicen que todos los santos tienen sus vísperas...reciba un cordial saludo de un Tuccitano en la distancia

Antonio Aguilera dijo...

Mi admirado Sr de la Vega:

le dejé unas palabras por la acequia ( ahora no tengo tiempo de más, salgo de viajeeeeee)

Antonio Aguilera dijo...
Mi simpático Sr. de la Vega:

Desde ahora le reto a que, si usted nos honra con su presencia en el próximo condumio literario, un revulsivo servidor de su graciosa merced convencerá a su Mildred para que nos acompañe a tal evento. (Mi estrategia para seducirla pasaría por prometerle, además de la asistencia de buenos mozos, la sobreabundancia de exquisitos manjares aptos para sibaritas paladares a base de cantidades industriales de gasterópodos de los más diversos tamaños, colores y sabores).

Tenemos por testigos a los pseantes de esta Acequia. Deme usted la respuesta.
Y si acepta el reto:
vaya comprando antifaz, capa y espada nuevas para tan alta ocasión.

Revulsivamente suyo

Antonio Aguilera dijo...

Le molesto de nuevo estimado De la Vega:
Si usted fuera tan amable de mandar a mi gmail este escrito y el anterior, un revulsivo servidor se lo agradecería.

ES QUE SU BLOG NO ME PERMITE ROBARLE PARA LEERLO EN UN DESCANSILLO DEL VIAJE

Merche Pallarés dijo...

Ay, mi Señor de la Vega ¡no tengo tiempo para leerle! Por favor deme un tiempito para poder leer, su excelente, estoy segura, capítulo con calma. Please. A sus pies, M.

Gizela dijo...

Señor escritor
Ya de este, su también lado de la luna, llevo tres días que entro y lo leo en silencio jajaja
Hay veces que usted logra dejarme completamente muda jajajaja
Yo ni sé que comentarle en estas entregas geniales amparadas por los rosados labios de su mora y por esa dominación que usted siente y vive, en cada bocanada de aire que hincha pechos.
Sabe que no sé mucho sobre esta obra, pero lo leía ayer y recordaba habar leído que uno de los grandes logros de Cervantes fue hacer de su novela una metanovela.
Narrada como una obra que se cuenta a sí misma, es también una metanovela que se reinventa en cada capítulo, muy al estilo de las narraciones árabes. El cuento dentro del cuento, la narración dentro de la narración, algo como las lindas matriushkas rusas.
Su genial narración, siguiendo la misma pauta, le hace los honores a Cervantes y el divertimento a sus lectores...y mi particular admiración escritor!!!!
Esperaré la continuación de la traducción del tercer folio y y seguiré de cerca los efectos de la folia jajaja!!!!
Un beso grande escritor!!!!

María dijo...

Como siempre, Sr. de la Vega, es usted imprevisible, le felicito por su buen hacer literatura respecto a El Quijote, aunque estos textos prefiero leerlos siempre en silencio, sin comentar, como hago desde "La Acequia", hoy preferí dejar mi huella.

Un aplauso, un beso y una flor.

Merche Pallarés dijo...

¡Lo leí! Ay, cuánto me ha gustado... Es vuesa merced el mismísimo Cervan redivivo. ¡Qué descripciones! ¡Qué sonetos! Además ha aupado a nuestro profe a ¡rector de la Universidad Pontificia (nada menos...) de Osuna! ¡Ese cortejo de negros y negras desnudos arropando a Dorotea, princesa Micomicona-Manicongo y demás títulos...! Genial lo que dice la morita de Sancho, que Quijo "fue maestro de su intelecto y látigo de su ignorancia"... ¡Magistral! ¡Súblime! He disfrutado como una enana. Espero la continuación. Siempre a sus pies (y se le echó de menos en el condumio aunque el profe nos leyó su texto) M.