Crónica Africana XIV Sep-Dic 2004 (Lunas de coral y Mangos de tierra roja) Parte 7
←Continuación de la Parte 6
Recapitulando, en Tanzania viajé en tren por más de 50 horas seguidas y en “dala-dala”[1] (minibuses locales que serían nuestras “chapas” moçambicanas) o minivan japonesas, quizás más tiempo, viendo repetidos ejemplos circunstanciales de "bueno" y de "malo".[2]
Visité donde Mr. Stanley encontró a Doctor Livingstone ¿supongo?, le robé un mango (subiendo al "señor cuidador" del museo a hombros) al árbol, bajo la sombra del cual, el famoso doctor solía escribir a orillas del Tanganika (muchos dicen); y su fruto, yo ahora lo he plantado en una maceta, esperando supongo, que nazca un Livingstone.
Al principio del viaje en Tanzania, había estado con unos amigos, española y moçambicano en la isla de Zanzíbar, donde ellos viven y trabajan, y nos habíamos sumergido dentro de unas aguas tan cálidas como aquellas moçambicanas de Pemba, e igual de sugerentes.
Había volado en avioneta, que me permitió observar la costa, (desde Cabo Delgado en Mozambique a la isla de las especias en Tanzania), maravillándome de lo hermoso que puede ser un mar, todavía no contaminado en exceso, salteado por aguas turquesas, azules, esmeraldas, por islas de formas sugerentes con brillos dorados y blancos con verdes intensos en el centro, por estuarios y deltas de ríos primigenios, salvajes, cargados de ocres, rojos y platinos en la desembocadura, como una paleta de pintor impresionista.
En uno de los parques marinos de Zanzíbar, me sumergí en aguas transparentes, buceando con tortugas gigantes, que miraban embelesadas a los buzos o quizás tan solo, nuestras gafas y burbujas artificiales.
Mientras navegaba por ese mar tropical, los delfines parecían salir al encuentro, las ballenas resoplaban mientras despedían con la cola y los peces voladores desafiaban el fueraborda.
Aunque nada que semanas antes en Mozambique, no hubiese disfrutado en aguas maravillosas frente a Vilankulos, esta vez era un pequeño bote que me llevaba por horas y los delfines sacaban el morro largo y las aletas dorsales, mientras posiblemente, se reían del besugo rosado encima de la madera. Actuaban más inteligentemente que yo, los cetáceos, eso seguro.
En este año 2004, he tenido experiencias que quizás no vuelva a repetir nunca, como nadar por encima de una pareja de delfines en la reserva de Bazaruto o sobre tiburones ballena de diez metros de envergadura en Tofo, a tan solo 10 centímetros. Estar a tiro de piedra de una ballena jorobada, mientras expulsaba el vapor de sus pulmones a cuatro metros de altura, o esconderme bajo el coral, mientras por una docena de minutos, una manta gigante de seis metros entre aletas y una tonelada y media de peso, volaba en círculos, con la boca abierta mientras me miraba y filtraba plancton a más de veinte metros bajo el agua, cerca de Inhambane.
En este año, he visto bosques fantásticos de baobab gigantes, leones durmiendo, rinocerontes pastando, jirafas corriendo, gacelas saltando, antílopes bebiendo, guepardos andando, hipopótamos peleando, cocodrilos flotando, monos robando, búfalos mugiendo, elefantes asustando y cientos de pájaros cantando o bailando.[3]
Nada de eso es importante sino en mi recuerdo, nada de eso cambia nada, del resto de lo visto, el resto de lo vivido, el resto de los restos.
No me quiero sentir culpable, y no lo haré, por recordar los momentos maravillosos frente a una naturaleza desbordante, porque África por un año, está siendo un lujo para mis sentidos; aunque mi percepción es, sin lugar a dudas, una visión desde la excepción y frente a la mayoría africana o mundial.
Hace unos días fui a la isla donde crucé, del 2003 al 2004, en un fin de año con cantos de Kanimambo ("gracias" en lengua Shangana), el destino me obligó a quedar atrapado un día más, por culpa de las tormentas monzónicas. Allí mismo, donde la noche de antes, cuando la luna estaba en su cenit, me sumergí en la laguna coralina de aguas transparentes que sin esfuerzo mostraban el fondo nacarado, a la luz luna-lunera.
No son pocos los isleños que lo hacen[4], sino muchos y si algo es un placer en estos días de desazón mundial, es dejarse acariciar por el agua fresca de una noche tranquila en una isla del mar índico bajo el claro de luna, ya sólo por eso, merecería la pena vivir o beber la tierra Africana.
Escrito por el autor de J. de la Vega Z+---- (2004)
[1] Como no tengo lomo de todo como
[2] Alabar lo bueno y vituperar lo malo, justicia es lo que hago.
[3] Ojos que ven no envejecen
[4] Proverbio Portugués: La luna y el amor, cuando no crecen, disminuyen.
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Recapitulando, en Tanzania viajé en tren por más de 50 horas seguidas y en “dala-dala”[1] (minibuses locales que serían nuestras “chapas” moçambicanas) o minivan japonesas, quizás más tiempo, viendo repetidos ejemplos circunstanciales de "bueno" y de "malo".[2]
Visité donde Mr. Stanley encontró a Doctor Livingstone ¿supongo?, le robé un mango (subiendo al "señor cuidador" del museo a hombros) al árbol, bajo la sombra del cual, el famoso doctor solía escribir a orillas del Tanganika (muchos dicen); y su fruto, yo ahora lo he plantado en una maceta, esperando supongo, que nazca un Livingstone.
Al principio del viaje en Tanzania, había estado con unos amigos, española y moçambicano en la isla de Zanzíbar, donde ellos viven y trabajan, y nos habíamos sumergido dentro de unas aguas tan cálidas como aquellas moçambicanas de Pemba, e igual de sugerentes.
Había volado en avioneta, que me permitió observar la costa, (desde Cabo Delgado en Mozambique a la isla de las especias en Tanzania), maravillándome de lo hermoso que puede ser un mar, todavía no contaminado en exceso, salteado por aguas turquesas, azules, esmeraldas, por islas de formas sugerentes con brillos dorados y blancos con verdes intensos en el centro, por estuarios y deltas de ríos primigenios, salvajes, cargados de ocres, rojos y platinos en la desembocadura, como una paleta de pintor impresionista.
En uno de los parques marinos de Zanzíbar, me sumergí en aguas transparentes, buceando con tortugas gigantes, que miraban embelesadas a los buzos o quizás tan solo, nuestras gafas y burbujas artificiales.
Mientras navegaba por ese mar tropical, los delfines parecían salir al encuentro, las ballenas resoplaban mientras despedían con la cola y los peces voladores desafiaban el fueraborda.
Aunque nada que semanas antes en Mozambique, no hubiese disfrutado en aguas maravillosas frente a Vilankulos, esta vez era un pequeño bote que me llevaba por horas y los delfines sacaban el morro largo y las aletas dorsales, mientras posiblemente, se reían del besugo rosado encima de la madera. Actuaban más inteligentemente que yo, los cetáceos, eso seguro.
En este año 2004, he tenido experiencias que quizás no vuelva a repetir nunca, como nadar por encima de una pareja de delfines en la reserva de Bazaruto o sobre tiburones ballena de diez metros de envergadura en Tofo, a tan solo 10 centímetros. Estar a tiro de piedra de una ballena jorobada, mientras expulsaba el vapor de sus pulmones a cuatro metros de altura, o esconderme bajo el coral, mientras por una docena de minutos, una manta gigante de seis metros entre aletas y una tonelada y media de peso, volaba en círculos, con la boca abierta mientras me miraba y filtraba plancton a más de veinte metros bajo el agua, cerca de Inhambane.
En este año, he visto bosques fantásticos de baobab gigantes, leones durmiendo, rinocerontes pastando, jirafas corriendo, gacelas saltando, antílopes bebiendo, guepardos andando, hipopótamos peleando, cocodrilos flotando, monos robando, búfalos mugiendo, elefantes asustando y cientos de pájaros cantando o bailando.[3]
Nada de eso es importante sino en mi recuerdo, nada de eso cambia nada, del resto de lo visto, el resto de lo vivido, el resto de los restos.
No me quiero sentir culpable, y no lo haré, por recordar los momentos maravillosos frente a una naturaleza desbordante, porque África por un año, está siendo un lujo para mis sentidos; aunque mi percepción es, sin lugar a dudas, una visión desde la excepción y frente a la mayoría africana o mundial.
Hace unos días fui a la isla donde crucé, del 2003 al 2004, en un fin de año con cantos de Kanimambo ("gracias" en lengua Shangana), el destino me obligó a quedar atrapado un día más, por culpa de las tormentas monzónicas. Allí mismo, donde la noche de antes, cuando la luna estaba en su cenit, me sumergí en la laguna coralina de aguas transparentes que sin esfuerzo mostraban el fondo nacarado, a la luz luna-lunera.
No son pocos los isleños que lo hacen[4], sino muchos y si algo es un placer en estos días de desazón mundial, es dejarse acariciar por el agua fresca de una noche tranquila en una isla del mar índico bajo el claro de luna, ya sólo por eso, merecería la pena vivir o beber la tierra Africana.
Escrito por el autor de J. de la Vega Z+---- (2004)
[1] Como no tengo lomo de todo como
[2] Alabar lo bueno y vituperar lo malo, justicia es lo que hago.
[3] Ojos que ven no envejecen
[4] Proverbio Portugués: La luna y el amor, cuando no crecen, disminuyen.
4 esgrimieron la palabra +-----:
En este post, vislumbré el paraíso.
catalina zentner, jajaja, le diré algo, a pocos metros de la laguna coralina que describo y donde tanto yo, como gentes locales de la isla se bañaban, existe un "resort turístico" actualmente de gestión sudafricana, antes portuguesa, etc... y suele estar lleno, a precios, que desde luego yo, no me podía permitir (tampoco lo quise)... "aunque por ser blanco" me podía pasear dentro si lo deseaba...
Andando 500 metros, desde aquel resort, la laguna se volvía primorosa, deliciosa, única... supongo que no se extrañaría si le dijese, que había "turistas" que no salían de la piscina y por supuesto, no tocaron la playa con sus pies, y mucho menos por la noche. ¡De esa pasta estamos hechos los humanos!.
Metafóricamente, muchas veces no salimos de las "piscinas" de nuestras confortables monotonías, cuando tenemos el paraíso gratuito al lado...
Suyo, Z+-----
Celebro que sus ojos pudiesen ver el paraiso, pero es que no hay duda que el tropico lo contiene.
besos y abrazos tropicales.
Buenas tardes, Señor De la Vega:
Con su permiso, he cavado en su cueva, y he llegado hasta esta entrada, que me ha transportado al paraíso, gratuito y cercano.
Kanimambo, por el té.
Hambanine.
Saludos.
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