Crónica Africana XIV Sep-Dic 2004 (Un Ciclido en primera Clase) Parte 6
←Continuación de la Parte 5
Esta vez, para no pasar por “pobre en mi sociedad”, reservé un camarote en primera clase, que compartí con un joven sudafricano que estaba desde el día anterior esperando, al otro lado de la colina del embarcadero, en algo que a falta de mejor vocablo definiré como un cuchitril, (después me dijo, que su llegada y espera en esas condiciones eran, para evitar el riesgo de haber perdido el barco por retrasos del 4x4 Dala-Dala... y así, di por sentado que no era tonto y aún siendo blanco, era africano).
No era la “primera clase” de ningún crucero de placer, resumiendo, el camarote constaba de dos literas, sin baño ni ducha, pero con sendas ventanas por ser el número uno, haciendo esquina, y si no fue lujo, a mí me lo llegó a parecer después de días de safari en pueblos olvidados de comodidades y "confores". He de explicar, que las cucarachitas se paseaban libremente por paredes y literas, aunque no llegaban a ser una amenaza, ni molestia (siendo el bicho que más asco me da, con diferencia); porque a pesar de todo, finalmente gozaría de dos días de descanso y aire fresco, sin polvo ni mosquitos.
Mi compañero de litera, un informático de Johannesburg, empleado de banca, estudiante de teología por placer, con Biblia en mano y sombrero bóer (aunque él no lo fuese), también era un gran conversador y pudimos discutir de los nombres de Dios y los secretos del mundo de la información en base binaria, junto a la maleficencia de Alan Greenspan en el mercado cambiario.
En el restaurante me esperaba, por el doble del precio de una cerveza (2US$), casi un buffet de categoría, comparativamente a lo contado hasta ahora en el relato[1]. (dícese, de cabrito, pescado, pollo, verduras, legumbres, patatas fritas, fruta...)
El barco transportaría casi quinientas personas, pero no fueron más de dos docenas los que se pudieron permitir la cena descrita, si se considera que la mitad eran miembros de la tripulación, la cosa da mucho que pensar. Los únicos «muzungus» éramos yo y el teólogo. La puesta de sol la contempló quien quiso, porque estaba incluida.
(El Liemba ofrece 18 plazas en 1ª, 16 en 2ª y 350 en 3ª)
Describir los paisajes desde el Liemba es difícil, el sudafricano, había visto el lago Malawi y según él, todo era plano sin las colinas o montañas que al contrario rodean el lago Tanganika, él decía que éste era más bonito; uno de los oficiales de abordo, conocedor del lago Victoria, nos aseguraba igualmente que este lago era mucho mejor... decían todos, muchos dicen, decía Tácito.
Pero viajar en un lago tiene, según mi opinión, algo de evocador, aunque el Tanganika es muy extenso, 1000km de largo (de norte a sur), con buen tiempo no se genera ni una ola y la visibilidad es óptima, nosotros tuvimos sol con calma y disfrutamos de un agua perfecta, casi piscina, donde la causa del mareo no se daba.
Yo no lo puedo comparar todavía con otro lago africano, pero cuando miraba a estribor me recordaba, con vegetación escasa y mediterránea en las laderas, el pantano de San Juan en Madrid. Cuando miraba a babor, en el horizonte cristalino y despejado se alzaban las montañas de Zambia y luego Congoleñas, siendo la sensación de grandiosidad. Si por el contrario miraba a proa o a popa, me parecía un mar inmenso, tranquilo, mágico, inmóvil, donde solo las brumas de la mañana y la noche difuminaban el horizonte.
A lo largo del viaje, el paisaje de Tanzania a estribor, se volvió sobrecogedor, parecía que el Liemba por miedo, no se ceñía tanto a la costa y navegaba a distancia, allí donde antes evocaba un pantanito madrileño, surgían ahora selvas de montaña, árboles ecuatoriales que todavía esconden a nuestros primos los chimpancés y donde se presiente la vida salvaje, lo desconocido... en otros momentos y a otras horas, la neblina desdibujaba las costas y sólo era agua y más agua el referente, un liquido claro, casi totalmente transparente[2], sin peces que se viesen en superficie, aunque por la noche las luces de los barcos de pescadores pareciesen estrellas amarillas sobre el reflejo del lago, buscando llenar sus redes de constelaciones de ciclidos de colores.
Para quién desconozca lo que son los "ciclidos", resumiré, que son peces, bastante peculiares que habitan el agua dulce y muy buscados para llenar acuarios de todo el mundo, porque los machos tienen la mala suerte de poseer colores vivos y brillantes. Los ciclidos del Tanganika son antecesores de sus parientes del lago Victoria y Malawi, pueden medir hasta 90cm o ser tan pequeños que pueden usar como casa, la concha de un caracolillo; tienen dos juegos de mandíbulas, el primero muerde y el de la garganta tritura, además de costumbres poco comunes, como a veces guardar a su prole mientras crece, en la boca o incluso de seguir la técnica del cuco con sus huevos; sobre sus pautas de alimentación también son raritas, entre las más llamativas, son aquellas de comer escamas de otros peces, una subespecie de ciclidos come las de la parte derecha y otra se especializó en las de la parte izquierda. (Las preferencias partidistas siempre nos escaman a todos.)
Los ratos de silencio no existían en el Liemba, cuando no eran los motores diesel, sustitutos más seguros de la máquina de vapor, que todavía se conserva, eran a motor parado, los gritos y voces provenientes de las barcas que se acercaban a cargar y descargar mercancía, en un equilibrio inestable, manejando con maestría barcazas grandes o botes pequeños (casi juncos); venían por el día, por la tarde o de madrugada en pleno abordaje de nuestro fósil metálico, (el barco no tiene ni escala ni pasarela para subir o desembarcar, provocando caídas peligrosas de las que fui testigo). Son casi inexistentes las aldeas con carretera en esta parte de la costa del Tanganika y el ferry es el cordón umbilical con la civilización, el medio de salir o de entrar en ella.
Imagino que, por parte de un niño de los poblados costeros, subir a bordo por primera vez y asomarse a las ventanas del restaurante para ver la película proyectada en el vídeo (siempre calidad «b» violencia «a») o en su defecto observar al «Muzungu» español con bigote y pizzo a lo italiano, debe ser algo más que una iniciación, mucho más que un «Disneyland» para nuestros menores.
Faltaba decir, que el Liemba solo toca tierra en Mpulungu (Zambia), el embarcadero de Kasanga (donde lo cogí yo) y la ciudad de Kigoma (Tanzania), para el resto de pueblos o aldeas no se acerca a la costa, tan solo hace sonar su grave silbato a la espera de barcas que vengan y vayan.
Yo imaginaba mientras caminaba por la cubierta de primera, a los blancos de pajarita y esmoquin o en caqui y con sombrero, segregados de los negros durante la época colonial... pero en el mismo paisaje, con las mismas barcas de tanzanos con niños sorprendidos por el espectáculo del humo de la chimenea y los trajes de los muzungus... y calculaba lo difícil de aquellos tiempos, comparándolos con las dificultades que todavía son omnipresentes.
Hoy no hay segregación aparente y todos los pasajeros que quieren, usan los baños de primera clase, que también la borda, pero ya no son los baños cuidados de otra época, precisamente y lamentable por el mismo motivo que les permite usarlos; y la falta de dinero no da, para cenar por dos dólares a la mayoría, aunque no se pide etiqueta para comer, ni color de piel para el asiento. Dicho de otra forma, ya no existe primera, menos mal, pero sigue existiendo tercera, cuarta y quinta en el vaporetto, sin que el barco lo sepa.
Navegar por el pasado, al final, es la experiencia del Liemba, una periplo por un tiempo que desapareció, en un navío que por lógica debería estar hundido y sigue como África, a flote, por no se sabe, que increíble voluntad humana y según diría mi compañero de "Jo-burg", con texto sagrado en mano, ¡también divina!.
Escrito por el autor de J. de la Vega Z+---- (2004)
[1] El pobre que pide pan, carne toma, si le dan.
[2] Bueno es el vino cuando el vino es bueno; pero si el agua es de una fuente cristalina y clara, mejor es el vino que el agua.
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Esta vez, para no pasar por “pobre en mi sociedad”, reservé un camarote en primera clase, que compartí con un joven sudafricano que estaba desde el día anterior esperando, al otro lado de la colina del embarcadero, en algo que a falta de mejor vocablo definiré como un cuchitril, (después me dijo, que su llegada y espera en esas condiciones eran, para evitar el riesgo de haber perdido el barco por retrasos del 4x4 Dala-Dala... y así, di por sentado que no era tonto y aún siendo blanco, era africano).
No era la “primera clase” de ningún crucero de placer, resumiendo, el camarote constaba de dos literas, sin baño ni ducha, pero con sendas ventanas por ser el número uno, haciendo esquina, y si no fue lujo, a mí me lo llegó a parecer después de días de safari en pueblos olvidados de comodidades y "confores". He de explicar, que las cucarachitas se paseaban libremente por paredes y literas, aunque no llegaban a ser una amenaza, ni molestia (siendo el bicho que más asco me da, con diferencia); porque a pesar de todo, finalmente gozaría de dos días de descanso y aire fresco, sin polvo ni mosquitos.
Mi compañero de litera, un informático de Johannesburg, empleado de banca, estudiante de teología por placer, con Biblia en mano y sombrero bóer (aunque él no lo fuese), también era un gran conversador y pudimos discutir de los nombres de Dios y los secretos del mundo de la información en base binaria, junto a la maleficencia de Alan Greenspan en el mercado cambiario.
En el restaurante me esperaba, por el doble del precio de una cerveza (2US$), casi un buffet de categoría, comparativamente a lo contado hasta ahora en el relato[1]. (dícese, de cabrito, pescado, pollo, verduras, legumbres, patatas fritas, fruta...)
El barco transportaría casi quinientas personas, pero no fueron más de dos docenas los que se pudieron permitir la cena descrita, si se considera que la mitad eran miembros de la tripulación, la cosa da mucho que pensar. Los únicos «muzungus» éramos yo y el teólogo. La puesta de sol la contempló quien quiso, porque estaba incluida.
(El Liemba ofrece 18 plazas en 1ª, 16 en 2ª y 350 en 3ª)
Describir los paisajes desde el Liemba es difícil, el sudafricano, había visto el lago Malawi y según él, todo era plano sin las colinas o montañas que al contrario rodean el lago Tanganika, él decía que éste era más bonito; uno de los oficiales de abordo, conocedor del lago Victoria, nos aseguraba igualmente que este lago era mucho mejor... decían todos, muchos dicen, decía Tácito.
Pero viajar en un lago tiene, según mi opinión, algo de evocador, aunque el Tanganika es muy extenso, 1000km de largo (de norte a sur), con buen tiempo no se genera ni una ola y la visibilidad es óptima, nosotros tuvimos sol con calma y disfrutamos de un agua perfecta, casi piscina, donde la causa del mareo no se daba.
Yo no lo puedo comparar todavía con otro lago africano, pero cuando miraba a estribor me recordaba, con vegetación escasa y mediterránea en las laderas, el pantano de San Juan en Madrid. Cuando miraba a babor, en el horizonte cristalino y despejado se alzaban las montañas de Zambia y luego Congoleñas, siendo la sensación de grandiosidad. Si por el contrario miraba a proa o a popa, me parecía un mar inmenso, tranquilo, mágico, inmóvil, donde solo las brumas de la mañana y la noche difuminaban el horizonte.
A lo largo del viaje, el paisaje de Tanzania a estribor, se volvió sobrecogedor, parecía que el Liemba por miedo, no se ceñía tanto a la costa y navegaba a distancia, allí donde antes evocaba un pantanito madrileño, surgían ahora selvas de montaña, árboles ecuatoriales que todavía esconden a nuestros primos los chimpancés y donde se presiente la vida salvaje, lo desconocido... en otros momentos y a otras horas, la neblina desdibujaba las costas y sólo era agua y más agua el referente, un liquido claro, casi totalmente transparente[2], sin peces que se viesen en superficie, aunque por la noche las luces de los barcos de pescadores pareciesen estrellas amarillas sobre el reflejo del lago, buscando llenar sus redes de constelaciones de ciclidos de colores.
Para quién desconozca lo que son los "ciclidos", resumiré, que son peces, bastante peculiares que habitan el agua dulce y muy buscados para llenar acuarios de todo el mundo, porque los machos tienen la mala suerte de poseer colores vivos y brillantes. Los ciclidos del Tanganika son antecesores de sus parientes del lago Victoria y Malawi, pueden medir hasta 90cm o ser tan pequeños que pueden usar como casa, la concha de un caracolillo; tienen dos juegos de mandíbulas, el primero muerde y el de la garganta tritura, además de costumbres poco comunes, como a veces guardar a su prole mientras crece, en la boca o incluso de seguir la técnica del cuco con sus huevos; sobre sus pautas de alimentación también son raritas, entre las más llamativas, son aquellas de comer escamas de otros peces, una subespecie de ciclidos come las de la parte derecha y otra se especializó en las de la parte izquierda. (Las preferencias partidistas siempre nos escaman a todos.)
Los ratos de silencio no existían en el Liemba, cuando no eran los motores diesel, sustitutos más seguros de la máquina de vapor, que todavía se conserva, eran a motor parado, los gritos y voces provenientes de las barcas que se acercaban a cargar y descargar mercancía, en un equilibrio inestable, manejando con maestría barcazas grandes o botes pequeños (casi juncos); venían por el día, por la tarde o de madrugada en pleno abordaje de nuestro fósil metálico, (el barco no tiene ni escala ni pasarela para subir o desembarcar, provocando caídas peligrosas de las que fui testigo). Son casi inexistentes las aldeas con carretera en esta parte de la costa del Tanganika y el ferry es el cordón umbilical con la civilización, el medio de salir o de entrar en ella.
Imagino que, por parte de un niño de los poblados costeros, subir a bordo por primera vez y asomarse a las ventanas del restaurante para ver la película proyectada en el vídeo (siempre calidad «b» violencia «a») o en su defecto observar al «Muzungu» español con bigote y pizzo a lo italiano, debe ser algo más que una iniciación, mucho más que un «Disneyland» para nuestros menores.
Faltaba decir, que el Liemba solo toca tierra en Mpulungu (Zambia), el embarcadero de Kasanga (donde lo cogí yo) y la ciudad de Kigoma (Tanzania), para el resto de pueblos o aldeas no se acerca a la costa, tan solo hace sonar su grave silbato a la espera de barcas que vengan y vayan.
Yo imaginaba mientras caminaba por la cubierta de primera, a los blancos de pajarita y esmoquin o en caqui y con sombrero, segregados de los negros durante la época colonial... pero en el mismo paisaje, con las mismas barcas de tanzanos con niños sorprendidos por el espectáculo del humo de la chimenea y los trajes de los muzungus... y calculaba lo difícil de aquellos tiempos, comparándolos con las dificultades que todavía son omnipresentes.
Hoy no hay segregación aparente y todos los pasajeros que quieren, usan los baños de primera clase, que también la borda, pero ya no son los baños cuidados de otra época, precisamente y lamentable por el mismo motivo que les permite usarlos; y la falta de dinero no da, para cenar por dos dólares a la mayoría, aunque no se pide etiqueta para comer, ni color de piel para el asiento. Dicho de otra forma, ya no existe primera, menos mal, pero sigue existiendo tercera, cuarta y quinta en el vaporetto, sin que el barco lo sepa.
Navegar por el pasado, al final, es la experiencia del Liemba, una periplo por un tiempo que desapareció, en un navío que por lógica debería estar hundido y sigue como África, a flote, por no se sabe, que increíble voluntad humana y según diría mi compañero de "Jo-burg", con texto sagrado en mano, ¡también divina!.
Escrito por el autor de J. de la Vega Z+---- (2004)
[1] El pobre que pide pan, carne toma, si le dan.
[2] Bueno es el vino cuando el vino es bueno; pero si el agua es de una fuente cristalina y clara, mejor es el vino que el agua.
1 esgrimieron la palabra +-----:
Mi estimado, señor de la Vega, me quedo aquí, de momento, entre la calma de la nvegación por este bello lago, el bullicio de la travesía, con sus inesperados abordajes, y el sabor agridulce entre la romántica decadencia del vapor, hoy movido con motores y ya sin segregación, y la pobreza que sigue existiendo donde casi nadie puede permitirse gastar dos dólares en una buena comida.
Le beso con ternura.
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