Crónica Africana XIV Sep-Dic 2004 (Liemba, Cien años de Compañía) Parte 5
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Volverme escatológico, no es mi objetivo en esta crónica, aunque las páginas anteriores lo parezcan, el fin del mundo, no está cercano para la mayoría, a pesar de los malos augurios que nuestra sociedad se sabe ganar a pulso, con pobrezas y muertes gratuitas.
Sin embargo, lo que sí quedaba muy cercano era el lago Tanganika, una maravilla tectónica de unos 10 millones de años de antigüedad y repleto de agua desde los casi 1500 metros de profundidad, con una vida interior impresionante y una vida exterior de igual riqueza, siendo parte de la cadena de lagos que acaban en el lago Niassa-Malawi, habiendo pasado por el Victoria como más importantes, además del Albert, el Kyoga, el Edward, el Kivu...
Aquí, en los márgenes de este conjunto de lagos y depresiones abiertos por la rotura de un continente, es donde algunos dicen, surgió la caminata de los homínidos y donde se parió al «homo sapiens sapiens». (Quizás sobran un par de bobos sapiens).
Deseaba llegar a la orilla del Tanganika, y mi estres había ido en aumento en las últimos minutos del viaje, y mis preguntas al conductor se habían vuelto incisivas y repetitivas, todo eso, para no perder el barco, ya que este transporte del lago es único y solamente pasa los viernes con origen desde Zambia, y perderlo significaría, estar en mitad de ninguna parte siete días, con la única opción de regresar a la mañana siguiente, también a ninguna parte, por otras siete horas, en igual trayecto al realizado.
Ya eran cerca de las 17.30 horas y el transporte que deseaba tomar para llegar a Kigoma, solía zarpar entre las 17 y 18 horas, pero lo cierto es que al llegar a la colina desde la que se divisaba por primera vez, el impresionante lago y su minúsculo embarcadero, no se divisaba ningún barco allí atracado, y mi temor empezó a crecer porque el conductor no sabía si ya había zarpado o todavía no había llegado...
Al llegar mi azaroso y lento “dala-dala 4x25” (dada-dala nombre local de la camioneta en Swahili...), donde el barco amarra, se terminaron de descargar bultos y maltrechos 25 cuerpos todavía encima del todoterreno, no me pude despedir con profusión, ni siquiera del conductor o mis compañeras de asiento, porque mi saludo en Swahili era un limitado «Kwa heri», el suyo en inglés un simple «bye» y optamos por un «Ciao» en italiano, que parecía más ubicuo. Diez horas sin comunicación es otra causa de desesperación, quizás mayor que el hambre que sufría y la tensión por la posible pérdida del ferry de agua dulce.
Ya eran las 18 horas del viernes doce, horario en que semanalmente el barco hace tiempo que hubiese levado el ancla rumbo al norte; pero la suerte y la indisciplina de los transportes africanos me hicieron coincidir con su llegada.
Mientras contento de observar que finalmente los dioses africanos habían intercedido por mí, y a la espera de la descarga y nueva carga del barco, subí a un cobertizo abierto en cemento y bien techado en chapa, con nevera y asientos, era lugar de encuentro de la gente local sobre la colina que divisaba el embarcadero, era por ende, centro de divertimento y espera para niños y adultos, mientras veían un partido entre el Barça y otro equipo de fútbol europeo, todo ello gracias al ilusionismo de la parabólica, un generador de gasoil y una televisión marca ACME; algunos tomaban «soda» (Coca-Cola y subproductos de la multiirracional norteamericana), otros bebían cerveza «Safari»[1], pero la gran mayoría, sin Shilingins (moneda tanzana), sólo miraban conmovidos, con saliva en la boca, la magia de Ronaldiño.
Después de mi sesión de futbol, que disfruté, más observando a los locales como la gozaban, que por mi verdadero interés en el mediático deporte, (interés cercano a cero); la larga espera me resultó corta, llegando así el tiempo de embarcar.
Cuando subí a bordo y compré el pasaje, no conocía la historia completa del barco que sería reparador de mi agotamiento y paz en mi viaje.
Contaré su historia, digna de ser conocida, puesto que es el navío de pasajeros en funcionamiento más viejo del mundo, entre otros records... y hundido más veces que el Titanic, literalmente.
Renombrado como «LIEMBA» (es el nombre del lago en lengua Kirungu), un barco de vapor construido en astilleros de Alemania (Papenburg en 1913) cuando Tanganika era colonia, y donde fue llevado pieza a pieza por la línea de tren, 1300kms de vía recién construida entre Dar Es Salaam y Kigoma. Se bautizó el buque inicialmente con el nombre menos local y menos fácil de «Graff Von Gotzen».
El año que se había puesto a flote y también año del comienzo de la Primera Guerra Mundial, después de causar bajas en los aliados con su original cañón de 4 pulgadas y transportar tropas y suministros sin cesar, fue hundido por los propios alemanes, para evitar su abordaje por los cabreados ingleses, que habían hecho todo lo posible para hacerse con él, no olvidaron los germanos engrasar las piezas claves y mecanismos para evitar la corrosión en su subacuático destino. Después de expulsar a los alemanes, en 1916 los belgas intentaron salvar el grasiento buque, pero fracasaron, de hecho se les fue de las manos y volvió a bucear en una zona más profunda frente a Kigoma; en 1924 los ingleses consideraron de utilidad el reflotar el barquito de 70.2m×10.1m×2.7m y 1575 toneladas; para seguidamente a una buena limpieza y secado, recibir el nombre étnico actual.
A pesar de haber estado unos años a remojo, la pureza del agua del lago y la buena grasa teutona, permiten que con tan sólo tres reparaciones en su historia, el Liemba siga a flote y desde 1957 recorre la misma ruta actual, que tan profundamente conoce, con nueve paradas entre Zambia y Tanzania.
También transportó refugiados congoleños de vuelta a la otra orilla, más de 75.000 en 1997.
La historia inicialmente guerrera del Götzen-Liemba, inspiró el libro de C.S. Forester, sobre el que se basa la famosa película: “La Reina de África” de John Huston (1951), donde Humphrey Bogart suda junto a Katharine Hepburn, en sus papeles de capitán Charlie y grumete mojigata Rose, claro que son, el propio (Charlie-Bogart) con la finalmente pasional y valiente (Rose-Katharine), quienes hunden un barco de la flota alemana como pedía el guión hollywoodiense.
Pocos navíos en el mundo, han sido tan inspiradores pecios y tan desconocidos flotadores de vida y en el caso de esta real historia, supera con creces la imaginación novelada para acercarse sin miedo a los 100 años. ¡Salud!
Escrito por el autor de J. de la Vega Z+---- (2004)
[1] Miráis lo que bebo, y no la sed que tengo.
Volverme escatológico, no es mi objetivo en esta crónica, aunque las páginas anteriores lo parezcan, el fin del mundo, no está cercano para la mayoría, a pesar de los malos augurios que nuestra sociedad se sabe ganar a pulso, con pobrezas y muertes gratuitas.
Sin embargo, lo que sí quedaba muy cercano era el lago Tanganika, una maravilla tectónica de unos 10 millones de años de antigüedad y repleto de agua desde los casi 1500 metros de profundidad, con una vida interior impresionante y una vida exterior de igual riqueza, siendo parte de la cadena de lagos que acaban en el lago Niassa-Malawi, habiendo pasado por el Victoria como más importantes, además del Albert, el Kyoga, el Edward, el Kivu...
Aquí, en los márgenes de este conjunto de lagos y depresiones abiertos por la rotura de un continente, es donde algunos dicen, surgió la caminata de los homínidos y donde se parió al «homo sapiens sapiens». (Quizás sobran un par de bobos sapiens).
Deseaba llegar a la orilla del Tanganika, y mi estres había ido en aumento en las últimos minutos del viaje, y mis preguntas al conductor se habían vuelto incisivas y repetitivas, todo eso, para no perder el barco, ya que este transporte del lago es único y solamente pasa los viernes con origen desde Zambia, y perderlo significaría, estar en mitad de ninguna parte siete días, con la única opción de regresar a la mañana siguiente, también a ninguna parte, por otras siete horas, en igual trayecto al realizado.
Ya eran cerca de las 17.30 horas y el transporte que deseaba tomar para llegar a Kigoma, solía zarpar entre las 17 y 18 horas, pero lo cierto es que al llegar a la colina desde la que se divisaba por primera vez, el impresionante lago y su minúsculo embarcadero, no se divisaba ningún barco allí atracado, y mi temor empezó a crecer porque el conductor no sabía si ya había zarpado o todavía no había llegado...
Al llegar mi azaroso y lento “dala-dala 4x25” (dada-dala nombre local de la camioneta en Swahili...), donde el barco amarra, se terminaron de descargar bultos y maltrechos 25 cuerpos todavía encima del todoterreno, no me pude despedir con profusión, ni siquiera del conductor o mis compañeras de asiento, porque mi saludo en Swahili era un limitado «Kwa heri», el suyo en inglés un simple «bye» y optamos por un «Ciao» en italiano, que parecía más ubicuo. Diez horas sin comunicación es otra causa de desesperación, quizás mayor que el hambre que sufría y la tensión por la posible pérdida del ferry de agua dulce.
Ya eran las 18 horas del viernes doce, horario en que semanalmente el barco hace tiempo que hubiese levado el ancla rumbo al norte; pero la suerte y la indisciplina de los transportes africanos me hicieron coincidir con su llegada.
Mientras contento de observar que finalmente los dioses africanos habían intercedido por mí, y a la espera de la descarga y nueva carga del barco, subí a un cobertizo abierto en cemento y bien techado en chapa, con nevera y asientos, era lugar de encuentro de la gente local sobre la colina que divisaba el embarcadero, era por ende, centro de divertimento y espera para niños y adultos, mientras veían un partido entre el Barça y otro equipo de fútbol europeo, todo ello gracias al ilusionismo de la parabólica, un generador de gasoil y una televisión marca ACME; algunos tomaban «soda» (Coca-Cola y subproductos de la multiirracional norteamericana), otros bebían cerveza «Safari»[1], pero la gran mayoría, sin Shilingins (moneda tanzana), sólo miraban conmovidos, con saliva en la boca, la magia de Ronaldiño.
Después de mi sesión de futbol, que disfruté, más observando a los locales como la gozaban, que por mi verdadero interés en el mediático deporte, (interés cercano a cero); la larga espera me resultó corta, llegando así el tiempo de embarcar.
Cuando subí a bordo y compré el pasaje, no conocía la historia completa del barco que sería reparador de mi agotamiento y paz en mi viaje.
Contaré su historia, digna de ser conocida, puesto que es el navío de pasajeros en funcionamiento más viejo del mundo, entre otros records... y hundido más veces que el Titanic, literalmente.
Renombrado como «LIEMBA» (es el nombre del lago en lengua Kirungu), un barco de vapor construido en astilleros de Alemania (Papenburg en 1913) cuando Tanganika era colonia, y donde fue llevado pieza a pieza por la línea de tren, 1300kms de vía recién construida entre Dar Es Salaam y Kigoma. Se bautizó el buque inicialmente con el nombre menos local y menos fácil de «Graff Von Gotzen».
El año que se había puesto a flote y también año del comienzo de la Primera Guerra Mundial, después de causar bajas en los aliados con su original cañón de 4 pulgadas y transportar tropas y suministros sin cesar, fue hundido por los propios alemanes, para evitar su abordaje por los cabreados ingleses, que habían hecho todo lo posible para hacerse con él, no olvidaron los germanos engrasar las piezas claves y mecanismos para evitar la corrosión en su subacuático destino. Después de expulsar a los alemanes, en 1916 los belgas intentaron salvar el grasiento buque, pero fracasaron, de hecho se les fue de las manos y volvió a bucear en una zona más profunda frente a Kigoma; en 1924 los ingleses consideraron de utilidad el reflotar el barquito de 70.2m×10.1m×2.7m y 1575 toneladas; para seguidamente a una buena limpieza y secado, recibir el nombre étnico actual.
A pesar de haber estado unos años a remojo, la pureza del agua del lago y la buena grasa teutona, permiten que con tan sólo tres reparaciones en su historia, el Liemba siga a flote y desde 1957 recorre la misma ruta actual, que tan profundamente conoce, con nueve paradas entre Zambia y Tanzania.
También transportó refugiados congoleños de vuelta a la otra orilla, más de 75.000 en 1997.
La historia inicialmente guerrera del Götzen-Liemba, inspiró el libro de C.S. Forester, sobre el que se basa la famosa película: “La Reina de África” de John Huston (1951), donde Humphrey Bogart suda junto a Katharine Hepburn, en sus papeles de capitán Charlie y grumete mojigata Rose, claro que son, el propio (Charlie-Bogart) con la finalmente pasional y valiente (Rose-Katharine), quienes hunden un barco de la flota alemana como pedía el guión hollywoodiense.
Pocos navíos en el mundo, han sido tan inspiradores pecios y tan desconocidos flotadores de vida y en el caso de esta real historia, supera con creces la imaginación novelada para acercarse sin miedo a los 100 años. ¡Salud!
Escrito por el autor de J. de la Vega Z+---- (2004)
[1] Miráis lo que bebo, y no la sed que tengo.
3 esgrimieron la palabra +-----:
Nos ha dado mucho que leer, y mucho por conocer.
Es realmente magistral Sr. Zorro, la diversidad cultural que nos da de su mano, no tiene precio.
Una reverencia y un beso.
(sigo leyendo)
Su regalo dejado en mi balcón
colma de perfume seductor el aire
cual si fuese una rosa,
las palabras, arma de seducción
son las que envuelven mi
alma queriendo ser inspiración,
y volverme poesía.
besos
Sigo fascinada con su relato, su recopilación de citas alusivas, y la historia de este anciano y robusto barco, la película que inspiro, uno de las pocas en que me encantó Bogart...
Ay, señor de la Vega, qué bien lo cuenta. Voy a leer un rato más.
Y ese dibujo, ¿también sabe dibujar? Es usted un hombre completo, a mí me tiene seducida.
Besos.
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